Un cocido de toda la vida… con alma viajera
Hay recetas que huelen a hogar, que nos abrazan en invierno y nos recuerdan que en lo sencillo se esconde la verdadera sofisticación. Hoy quiero traeros una de esas preparaciones eternas: el cocido tradicional. Pero no uno cualquiera, sino uno que se reinventa, que se lanza a cruzar fronteras sin perder su esencia. Porque ¿y si os dijera que de un humilde puchero pueden nacer platos con un toque exótico, gourmet y sorprendente?
Comienza como toda buena historia culinaria: la noche anterior, dejamos los garbanzos en remojo con un poco de sal gorda, sabiendo que al día siguiente nos espera una jornada de aromas intensos y chup-chup constante. El cocido se cuece a fuego lento, con huesos nobles, verduras de temporada, pollo, un buen trozo de jamón, morcilla y chorizo (estos últimos los coceremos aparte para controlar la grasa del caldo).
Tras cuatro horas, el milagro sucede. El caldo está hecho, la cocina huele a infancia y es hora de transformar este clásico en algo totalmente nuevo. La magia empieza con los garbanzos, que nos prestan su alma para convertirse en un hummus cremoso, delicado, especiado con comino y limón, y ligado con tahini casero. Sí, puedes comprarlo, pero si tienes sésamo tostado, aceite y sal, te aseguro que vale la pena hacerlo tú mismo.
Y el verdadero toque crujiente llega al final. Desmenuzamos la carne del cocido, con algo de chorizo y morcilla, la rehogamos con cebolla dulce, calabaza y jengibre. Cuando la mezcla enfría, la envolvemos en una delicada masa brick, la freímos hasta que suene a gloria… y tenemos nuestro bocado dorado.
A la hora de emplatar, cada elemento habla por sí solo: una base de hummus suave, el crujiente de carne coronando la escena, unos garbanzos salteados y calabaza como guarnición, cebollino fresco, y un hilo de aceite con pimentón picante que lo ata todo. Un tomate cherry y un poco de jamón ibérico pueden servir de broche final para convertir este plato en un auténtico espectáculo.
Lo que era un cocido tradicional se ha transformado en una experiencia completa: hay textura, hay contraste, hay tradición y creatividad. Porque al final, la cocina es eso: memoria que viaja, sabores que evolucionan, y platos que se reinventan sin perder su alma.
ELABORACIÓN Y FOTOGRAFÍA | © Jorge Sánchez Mosquete
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